sábado, 17 de mayo de 2008

Literatura peruana, recorrido histórico a través de los autores y las obras literarias (narrativa, poesía, ensayo, teatro) escritas en la República del Perú.

II. LITERATURA PREHISPANICA.

Antes de la conquista española existía una rica y variada literatura oral en el área del Imperio incaico. Algunas muestras de poesía religiosa, narraciones y leyendas quechuas han llegado a nosotros gracias a que fueron transcritas por varios cronistas. Entre ellos destacan: Cristóbal de Molina, el Cuzqueño, autor de Fábulas y ritos de los incas (1573); Santa Cruz Pachacuti, indio evangelizado defensor de la Corona española, que escribió la Relación de antigüedades deste reyno del Pirú (1613), donde describe la religión y filosofía quechuas y recoge en lengua quechua algunos poemas de la tradición oral; el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616); y Felipe Huamán Poma de Ayala (c. 1534-c. 1617), cuya obra Nueva crónica y buen gobierno permite reconstruir buena parte de la historia y genealogía de los incas, así como numerosos aspectos de la sociedad peruana posterior a la conquista. Gracias a ellos y a otros cronistas del siglo XVII, una parte de este legado pervivió y es una fuente viva para la literatura posterior. Esa labor fue continuada mucho después por antropólogos, historiadores e investigadores modernos y contemporáneos; en este siglo, uno de los más influyentes es José María Arguedas, importante también por su obra novelística, que subraya la importancia del carácter bilingüe y multicultural del país.

REPRESENTANTES.

III. LITERATURA COLONIAL.

La primera gran figura literaria peruana es el ya mencionado Inca Garcilaso de la Vega, hijo de un capitán español y de una ñusta (princesa) incaica. En sus Comentarios reales narra la historia del Imperio inca; su visión del mismo tendría una enorme repercusión en la historiografía colonial. Otra obra fundamental es la Primera parte de la crónica del Perú (1553), de Pedro Cieza de León. Durante el periodo de literatura colonial, que generalmente reflejaba las tendencias dominantes en la literatura castellana, surgieron expresiones que rescataban las tradiciones del pueblo quechua. Ejemplos de ello son el poema Apu Inka Atawallpaman, que documenta la muerte del último Inca, y el Ollantay, drama de tema incaico en lengua quechua de fines del siglo XVIII. Los escritores coloniales eran españoles residentes en el país, como los poetas satíricos Mateo Rosas de Oquendo (c. 1559-c. 1612), y Juan del Valle Caviedes (c. 1645-c. 1698); o criollos, como el cuzqueño Juan de Espinosa Medrano, El Lunarejo (1632-1688), alta expresión de la prosa culterana.
En el siglo XVIII sobresalen: la figura del erudito y literato Pedro Peralta Barnuevo (1663-1743), paradigma del escritor de su época; el libro de viajes, con elementos satíricos y costumbristas, Lazarillo de ciegos caminantes, de Concolorcorvo (1715-1783), seudónimo del español Alonso Carrió de la Vandera; la obra filosófica y novelística de Pablo de Olavide; y el aporte intelectual de los escritores agrupados en torno al Mercurio Peruano, primera revista cultural del Perú de finales de ese siglo.

REPRESENTANTES.

IV. LITERATURA REPUBLICANA DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

En los inicios del siglo XIX, la literatura peruana refleja los intereses del pensamiento emancipador. El escritor más representativo de los ideales de la República es José Faustino Sánchez Carrión, llamado El Solitario de Sayán (1787-1825). Un precursor del romanticismo fue Mariano Melgar (1791-1815) quien, aunque de formación neoclásica, acertó a expresar la sensibilidad andina en sus yaravíes, poesía folclórica mestiza de base quechua. La poesía del romanticismo, corriente tardía en Perú, tiene su mejor representante en Carlos Augusto Salaverry (1830-1891). Entre el pesimismo romántico y cierta ácida interpretación de la realidad está Juan de Arona, seudónimo de Pedro Paz Soldán y Unanue (1805-1895). En el teatro dominan las obras costumbristas de Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868) y Manuel Ascensio Segura y Cordero (1805-1871). Pero Ricardo Palma es la máxima figura de este periodo; cultiva la tradición como una recreación amena de la historia nacional y como un vehículo para hacer la crítica irónica de las costumbres del pasado.